domingo, 1 de febrero de 2009

Pisos fantasma.

La picaresca española no tiene límites, y como el hambre agudiza el ingenio, últimamente nos vemos invadidos por una nueva oleada de astutos individuos que hacen negocio ayudados por los vacíos legales y la excesiva confianza que surge de la desesperación.

Buscar vivienda una vivienda digna en Madrid a un precio razonable es como pretender encontrar el Grial o descubrir el sentido de la existencia. La necesidad de encontrar una vivienda y la escasez de la misma tiene una doble contrapartida. Por un lado motiva a que el inquilino se decida por la opción menos mala y, por el otro, fomenta que los pocos afortunados que deciden sacar al mercado sus habitáculos puedan pedir por el mismo cualquier cantidad. Como se ha visto, en el caso de la ciudad de Madrid no existe absolutamente ningún control al respecto, los arrendadores se guían por una serie de leyes de mercado no escritas y una serie de precios, cada vez más elevados, que no encuentrar trabas legales bajo ningún concepto. Además de la ilegalidad en los contratos o la dudosa moralidad de los propietarios, hay que añadir un auténtico pasotismo por parte de las autoridades competentes en la materia. El asunto es de una total anarquía pero, hasta el momento, parece no molestar a nadie.

En este panorama se impone una nueva técnica: los pisos fantasma. Internet es el medio utilizado por los estafadores. Ante la imposibilidad de hallar al culpable (escondido entre cuentas bancarias fraudulentas, nicks o teléfonos inexistentes) la nueva técnica se va abriendo paso entre los anuncios de viviendas reales. El gancho es de lo más burdo y simplón, se trata de sacar al mercado una vivienda de calidad más que aceptable a un precio razonable, algo completamente inaudito en el caso madrileño, un gancho fácil que, enseguida, capta la atención de los desesperados que ven en el caso un golpe de buena suerte y una renovada convicción acerca de la bondad del ser humano. Craso error. El anuncio promete una vivienda céntrica, amueblada y a buen precio, aporta fotografías y dirección, teléfono de contacto y mail personal. El proceso comienza con el incauto que, asombrado ante su suerte, pide información sobre la vivienda. La respuesta no se hace esperar y pormenoriza los detalles sobre el lugar e informa acerca de las condiciones para su disfrute: el arrendador se ve en una circunstancia desfavorable, se ha visto obligado a dejar su vivienda por motivos laborales, de manera imprevista, de ahí el bajo precio y la urgencia por alquilar el espacio. Se encuentra fuera del país y por eso es necesario realizar el procedimiento de forma no-presencial: unas transferencias bancarias, el envío de las llaves a través de una empresa de mensajería (que se ve involucrada en medio de la estafa) y una serie de garantías acerca de la legalidad de la transacción.
El incauto, motivado por el bajo precio, realizará el ingreso sin demora y esperará la llegada de las llaves, la llamada de la empresa de mesajería y el paso a una mejor vida en su nuevo hogar, la ganga que ha encontrado.
La realidad: el piso no existe, las fotografías son robadas y el supuesto arrendador se ha quedado con el sueldo de un mes y nadie ni nada hará que ese dinero regrese, porque no existe constancia de la existencia de la cuenta bancaria, ni de la dirección de correo electrónico ni del número de teléfono.

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